Monday, January 28, 2008

A world worth saving

Al parecer toda esa batalla que tuvimos por mucho tiempo con Josefina respecto del heroísmo y ser distinto a los demás ha llegado a su fin, o al menos a una tregua. Para aquellos que no tienen idea de lo que hablo -que debe ser la mayoría-, hago el cuento corto: como cualquier niño siempre quise ser un héroe para salvar al mundo y a diferencia de muchos no me volví un villano al crecer. Tras tantos años, y sin intención de ser mesiánico, se ha desarrollado en mí una habilidad que escasea por estos días y que irónicamente para algunos ha significado casi la existencia de un súper poder. Obviamente esta situación había generado constantes discusiones con la Jose, quien se mostraba algo excéptica con todo esto, en especial porque eso de preocuparse por los demás no sólo puede parecer poco importante sino que puede convertirse en un arma de doble filo. Sin embargo, los reparos que mi menuda amiga tenía con lo del heroísmo se desvanecieron coincidentemente el día que vimos el estreno de la segunda temporada de 'Heroes'.

Cuando terminó el programa fuimos a comer a un par de cuadras de su casa, a uno de esos sobredecorados restaurants chinos que abundan en las comunas periféricas. Mientras engullíamos los tremendos platos que llegaron a nuestra mesa, la Jose no perdió tiempo en contarme sus peripecias que rayaron en ese heroísmo que tanto me criticó. Por supuesto que no me refiero a la simpleza de escuchar un amigo (que con los amigos que tenemos requiere de harto heroísmo, la verdad), sino de estar ahí también para el resto del mundo. Y es que Josefina no sólo se conformó con escuchar y dar consejo a una pobre teenager que sufría en la micro por culpa de uno de esos ejemplares de mi género que dan ganas de golpear hasta la muerte, sino que además no dudó en lanzarse frente a un auto para rescatar a un pequeño que había sido descuidado por su madre. Para ella bastó con ser una heroína para comprender mi necesidad de ser un héroe, y es que en parte es la adrenalina que te produce ese momento o la satisfacción de sentir que has salvado una vida, un alma, un momento.


A partir de su relato y la comprensión de esto llamado "heroísmo", comenzamos una entretenida conversación sobre esas cosas de las que antes hablaba sabiendo que para ella eran completamente ajenas. Finalmente fue difícil no reconocer su punto al respecto, su crítica a cómo he abordado las cosas los últimos meses y el pesimismo que parecía quitarle sentido a mi propuesta. Después de todo, al mundo no hay que salvarlo porque sí, sino porque uno sabe que vale la pena salvarlo.

Monday, January 07, 2008

La mujer en el espejo

Como es habitual, muchas hojas de cuaderno y también días se han ido mientras intentaba darle sentido a este escrito. Eso sí, en esta ocasión los cuestionamientos poco tenían que ver con el cómo escribir centrándose más en el propósito y si acaso sería bueno hacerlo, en especial ante la posibilidad de que el tema se convirtiese en el elemento que rompiera la extraña estabilidad a la que me enfrento ya sea para bien o para mal. Motivado quizás por la semana que pasé junto al mar es que he decidido terminar de una vez este relato, cosa de aburrir una vez más a los anónimos lectores de la World Wide Web.



A modo de preámbulo debo decir que a pesar de mi apariencia serena y mi continua disposición para aconsejar a los demás en materia sentimental, por bastante tiempo me he sentido condenado a la cruel desventura de sueños destinados a romperse. La noche no ha querido irse de mi lado y tampoco es mi deseo alejarme de ella, mi fiel compañera en solitarias y angustiosas jornadas de espera que por momentos siento durarán por siempre. Con sacrificio y dolor mi misteriosa amiga ha logrado enseñarme que hay vida más allá de la rutinaria existencia en la que nos sumergimos sin siquiera pelear, sin una palabra, sin un suspiro de súplica. Sé que resulta difícil comprender esto, cómo es que alguien puede preferir la noche, pero es necesario entender que es a la luz del día que los actos de mi padre me mostraron un mundo en que el amor no es más que una serie de impulsos instintivos que por costumbre nos ligan a sólo una persona, costumbre que como todas puede perderse. Ha sido en la oscuridad de la noche que he aprendido lo contrario, que he querido optar por lo contrario.



Bueno, esta historia, como tantas otras en mi vida, inicia con la simpleza de un juego, con las miradas y la coquetería acostumbradas. Llegado el momento de recordar me doy cuenta que la oscuridad ha traído un nuevo regalo, y es que es en la noche cuando me resulta más fácil proyectar el recuerdo de las tardes en que, sin conocerla aún, anhelaba encontrarme con sus ojos capaces de conquistar el mundo, mi mundo. Pero fue a la sombra de unos árboles, en la orilla de un río junto al Cajón del Maipo que me encontré por vez primera y de manera sorpresiva frente a ella, incapaz de huir mientras la oía hablar sobre detalles de ese paisaje que el tiempo y su belleza volverían intrascedentes. Debo aclarar que en ningún caso es mi intención restar mérito a su discurso, es sólo que éste carecía del poder presente en el suave tono de su voz y en el misterio oculto en sus brillantes ojos. ¿Quién podría comparar la naturaleza de una solitaria roca junto al río con su naturaleza de mujer? ¿Quién querría preocuparse de la rugosa textura de una roca sedimentaria si se está ante la lozanía de su piel?



En mi memoria sigue habitando el miedo que me invadía cada vez que quise conocerla, el mismo miedo que siento al pensar que sus jóvenes ojos podrían recorrer estas palabras que se ha vuelto necesario escribir. Ya una vez los días crecieron en preguntas, pero ausentes de las respuestas que requiero para enfrentar mis temores. Así es como vi llegar el término de un semestre, el inicio de otro mientras en mi mente aguardaba su recuerdo en busca del momento indicado para resurgir, algo de lo que la casualidad supo encargarse. En un nuevo juego, esta vez de pool, encontré la génesis que me llevaría nuevamente frente a sus ojos, compartiendo ahora con los míos una sala de clases y con la posibilidad de conocer el nombre de la mujer que por tanto tiempo se mantuvo en el anonimato, casi como otro invento de mi activa imaginación. Sin embargo, los temores me permitieron sólo observarla desde una silenciosa distancia.



Nuevamente veía otro semestre acercándose a su fin con un ritmo agobiante, robándose la poca espontaneidad que en mí restaba y que es el principal ingrediente que necesito a la hora de convertir miradas en palabras. No podía dejarme estar, me vi presionado a actuar escudándome en razones académicas para lograr ser algo más que un mudo espectador. Aún así, por más que las piezas se movieron de forma perfecta, en el último instante vería desaparecer el tablero frente a mis ojos. El destino, eso sí, me tenía preparada una sorpresa, ya que ante la repentina cancelación de un viaje otro surgía y sus rápidos preparativos trajeron consigo el que por primera vez sintiese su voz fuera de la formalidad académica y, para inesperada satisfacción, pronunciando mi nombre (el que creía ella desconocía). Aquel encuentro trajo consigo también la calidez de un abrazo nunca imaginado, logrando que un corazón que por tanto tiempo había sobrevivido de dolor se llenase de alegría e ilusión. Al regresar de mi viaje estaba listo para enfrentar un nuevo atardecer, el inicio de una nueva noche, por lo que vi desvanecerse el temor ante el resurgimiento de mi amada espontaneidad: sin previo aviso y carente de fanfarrías llegaba la tan ansiada oportunidad de invitar a salir a la mujer de los ojos misteriosos.



Desde el día de ese nuevo encuentro mi cabeza se ha llenado de renovados cuestionamientos, algunos tan efímeros como la taza de café que me acompaña, la mayoría poderosos y profundos como el océano. Cada vez que se ha abierto la posibilidad veo como el tiempo escasea mientras la conozco y me dejo conocer, sabiendo que en el misterio de sus ojos puedo encontrar también el de los míos. Si bien hay momentos en que deseo no verla, no saber de ella, no sentirla ni lejos ni cerca, desconocer por completo su cautivante existencia, finalmente sé que es mejor saber que hay alguien como ella, alguien capaz de hacerme soñar despierto sin la necesidad de romanticismos caprichosos. Con ella, tal como conmigo, siempre debe esperarse lo inesperado, y es que en ella he encontrado mi reflejo, mi igual...



(¿continuará?)