Saturday, May 20, 2006

El circo del Emperador Claudio. OI: la segunda derecha de la UC.

Para quienes asistimos al Consejo de Presidentes realizado el pasado viernes 12 de mayo en Campus Lo Contador, esta instancia nos significó el ser testigos del desenmascaramiento final de la actual directiva -a cargo de miembros de la Opción Independiente- como un órgano dictatorial y represor frente a una asamblea cuyo rol es de máxima expresión democrática de los estudiantes de la PUC, a través de sus representantes.
El tema que me ha llevado a escribir es la cerrada postura mostrada por la directiva -expresada en su presidente (¿o emperador?), Claudio Castro- ante una asamblea que se había reunido para evaluar otra temática dictatorial, como es el inquisitorial reglamento estudiantil de nuestra universidad. Lentamente, la discusión que se dio aquella noche fue transformándose en un circo montado por los Independientes y apoyado por el discurso medieval que mostró (por los últimos 40 años, y seguirá mostrando) el Movimiento Gremial.
El punto más álgido de la noche llegaría de la mano del mismo Castro, esto en el momento en que presentó una propuesta para elaborar una comisión que revisara el tema de los sumarios, imponiendo la forma en que ésta estaría conformada, a pesar de la contrapopuesta levantada por la compañera Jenny Monsalve y apoyada por gran parte de los presentes al consejo. Esta actitud antidemócratica causó una profunda molestia dentro de todos los sectores de la izquierda, además de ir generando una serie de discusiones y documentos, entre los cuales se incluye el presente.
La forma en que se debía conformar esta comisión -según la propuesta de Castro- convenía tanto a la Opción Independiente como al Movimiento Gremial, por lo que los esfuerzos de los grupos de la izquierda y el centro, además de diversos centros de estudiantes democráticos (como Geografía y Ciencias Políticas) resultaron infructíferos cuando se intentó detener la "propuesta" del emperador, razón que llevó al presidente del Centro de Estudiantes de Historia, Bruno Cortés, a proponer una comisión alterna para revisar el reglamento estudiantil en favor de la democracia, el pluralismo y el respeto a la libertad de expresión (este proyecto se encuentra en stand by).
Asumiendo que tras sus acciones el ánimo no era el mejor dentro del Consejo, Claudio Castro tuvo luego la patética actitud de los dictadores que no quieren parecer tales, que es la de dar migajas al pueblo al que han sometido. Esto se expresó al momento de elegir a quienes conformarían la comisión en cuestión -específicamente los escasos cupos dejados a la asamblea-, elección en la que los votos "independientes" favorecieron a la candidata presentada por grupos de izquierda, en desmedro de una joven de sus filas que debió retirarse del proceso ante las miradas reprobatorias del emperador y sus asesores.
De algún modo, esta situación era predecible; sin embargo, no puedo dejar de cuestionarme por el descaro que tiene este tecnócrata dictador al intentar acallar a quienes llevan años dentro de la política universitaria y asumir liderazgos sobre los mismos, cuando apenas unas semanas antes de tomar su cargo desconocía cosas tan sencillas como la LOCE. Me molesta, me turba, me duele preguntarme si acaso hubiese sido mejor tener una directiva de la otra derecha, la que se reconoce como tal, la que no teme mostrar abiertamente su actitud fascistoide y reaccionaria desde un primer momento, la que no llega con un hipócrita discurso para agradarle a todo el mundo. No nos queda otra cosa más que seguir en la lucha para convertir a la UC en una universidad de todos y para todos.
...y el huracán se llevó la democracia...

Tuesday, May 16, 2006

I love walking in the rain 'cause no one knows I'm crying.

Pareciese que mayo será finalmente como sus predecesores. Me siento invadido por la ambigua sensación que provoca el sacarse un peso de encima para luego descubrir que de algún modo estabas mejor con él. Por si fuera poco, la conciencia no me acompaña, ya que prefiere convertirse en una incansable fuente generadora de cuestionamientos y flagelaciones varias. De algún modo, debí percibir que algo así sucedería, las señales eran claras: el aletargado día, el cansancio a mitad de la tarde, la escasez de cigarrillos, la sequía goleadora. Sólo malas señales.
Pensé que el aire nocturno me haría sentir mejor -en término concretos, menos peor-, pero mi mente fue bombardeada por pensamientos demasiado crueles, como si los estuviese proyectando a mi peor enemigo. "¿Acaso pensabas que iba a ser de otra manera? Mírate al espejo, ¿crees que alguien te va a querer? ¡Deja de vivir de sueños, perdedor! Estás condenado a las frases cliché." La larga caminata sólo me mortificaba más, por lo que quedé casi convencido de esas dolorosas palabras.
Supongo que en lugar de cuestionar qué hay de malo en mí, debiera asumir de una vez por todas que a estas alturas mi corazón ya tendría que estar acostumbrado a la ocurrencia de hechos como éste. ¿Cuántas veces ya he pasado por esto? ¿Acaso no estuve escribiendo de Amor y Desamor por más de un mes? Por un instante, un par de lágrimas quieren escapar de mis ojos, pero las suprimo asumiéndolas como alguna extraña alergia a sentir lo que no debería, a escribir necedades y a viajar solo en la micro. Ojalá fuese verdad, pero por ahora sólo puedo confiar en que mañana lloverá y así nadie descubrirá que quizás me ponga a llorar.
La problemática se presenta precisamente en el mañana, en el enfrentar a quienes me rodean sabiendo que mi rostro está cargado de tristeza y frustración, en el tener que aparentar que hoy no ha pasado nada y que mis sentimientos son sólo una ilusión, en el asumir que la vida continuará sin darme tiempo de recuperarme de un nuevo fracaso, una nueva cicatriz. La problemática es que el mundo seguirá siendo mundo y yo seguiré siendo Connor, y ambas realidades siguen demostrando ser incompatibles.
Hoy sólo me queda una pregunta: ¿y qué hace uno con esta sensación de vacío que queda en el alma?

Monday, May 15, 2006

Parte XI: Me, myself & I (Who's Connor Riley?)

Puede parecer algo egocéntrico, pero he querido dedicar esta última parte de mis escritos precisamente a quien los escribe: Connor Riley. Debo entonces comenzar con una definición del nombre, de origen celta, y cuyo significado es ‘valiente amigo de los lobos’, lo cual parece no decir mucho, pero tiene implícita la presencia exacerbada de los instintos y de un comportamiento impulsivo, osado. Aquellas características suelen estar reprimidas en mi personalidad, pero en algunas de las historias que han sido relatadas han estado muy presentes -de hecho, son protagonistas.
Sin embargo, hoy me enfrento a las tribulaciones de verme alejado de tales instintos. No puedo dejar de preguntarme qué es lo que ha pasado con mi vida, pasando por el niño que saltaba sobre los charcos que generaba la lluvia, el chico de caminar altanero que recorría la Plaza Brasil o el joven que se arriesgó a traicionar a su hermano por lo que sentía. Creo que debo reconocer que está aquí, que de un modo u otro cada uno de esos seres sigue presente en mi vida, no sólo como un recuerdo de mi pasado, una parte de estos 25 años de evolución, sino también saliendo a la luz cada vez que la situación lo amerita. A pesar de ello, los últimos meses aquellos personajes que son componentes de mi vida parecieron desvanecerse bajo la apatía de la soledad.
Esta primera quincena de mayo ha traído gratas sorpresas y no necesito preguntarme si aquellos continuará así, ya que de algún modo una placentera sensación ha comenzado a deslizarse por mis venas –la misma que me invade cuando siento el olor de la tierra húmeda del sur, la lluvia sobre mi rostro, el mar rugiendo en Caleta Portales o los labios de una mujer que me ha hechizado-, reviviéndome lentamente de prolongado letargo.
Quizás para muchos éste sea un final muy aburrido, pero creo que estos relatos han cumplido el objetivo de hacer que reencuentre mi propio ser. Ahora debo seguir escribiendo mi historia en el mundo real…

(¿fin?)

Parte X: ¿Por qué juegas a ser mujer?

Ha pasado casi un año y aún me es difícil comprender las razones que me llevaron a fijar la mirada en el menudo cuerpo de la Peque. Mejor dicho, lo sé, pero la motivación posterior que me guió en la profundización del análisis a su carácter, más allá de la superficialidad que poseen mis ojos de hombre, me resulta compleja. Quizás al escribirlo me resulte más simple su entendimiento, pero me siento predispuesto a proseguir con mi confusión.
Si recuerdo bien, ella apareció con las lluvias del año pasado, mi temporada predilecta porque el niño que habita en mí aprovecha de escapar al yugo de la inmadurez para saltar alegremente sobre los charcos de agua. Ella caminaba hacia mí, por lo que choqué con su mirada altanera y su eterna actitud de hacerse la interesante -me recordó a otra mujer, de la que ya he escrito-, obligándome a responder con una acción similar. Encuentros así se sucedieron por un tiempo, logrando que la Peque se convirtiese en un reto, y en cada ocasión mis ojos intentaron recorrer su cuerpo, pero terminaban irremediablemente enfrentándose a los suyos.
Cuando consideré que había llegado el momento de romper el hielo (como si eso pudiera lograrse con ella), lo hice en la forma que me pareció más correcta para enfrentar su manera de actuar: desafiándola. No me sorprendió en nada que tras la barrera de petulancia sus ojos pudiesen expresar otras emociones: rabia, frustración, alegría, admiración. Tras aquella primera conversación nos sometimos a una dinámica de mutuo descubrimiento.
Sin embargo, cuánto me decepcioné al comprobar que ella vive en la ambigüedad de quien no desea madurar, cuando ya hace años que debió hacerlo. Bastó con sólo tocar sus labios para que la niña saliera a la superficie y la mujer dejase de resultar interesante. Debí alejarme, pero la mayor parte del tiempo me siento cómodo junto a ella.
Este año, la Peque a seguido dando vueltas por ahí, pero su actitud desidiosa ya no me cautiva, sino que me molesta, como si se hubiese multiplicado, como si hubiese decidido ser aún más inmadura. Yo ya no estoy para eso.

(continuará)

Sunday, May 07, 2006

Parte IX: La destrucción del Amor

Puede decirse que la de ellos es una historia como la de cualquier otra pareja, como cualquier relato de los que deambulan por libros, películas, blogs y rumores. Dos personas se conocen, se enamoran, salen por un tiempo, se desenamoran y finalmente se alejan. Sin embargo, para quienes fueron testigos de esta relación sin resúmenes, fue una experiencia algo complicada, y es que ambos preferían tomar decisiones complicadas.
Para algunos todo comenzó en la casa de un amigo mutuo, pero es más correcto decir que el viejo puerto fue testigo del comienzo de su idilio. Después de todo, aquella noche se planteó como el escenario perfecto: la primera noche de primavera, la luna llena deslizándose en el cielo de Playa Ancha, el mar bramando sobre las rocas de la costanera. Tras ese encuentro, no resulta difícil ver cómo es que los meses siguientes fueron de romance perfecto. Desgraciadamente, ninguno de los dos era tan perfecto como se idealizaban, por lo que su relación se volvió tortuosa, no sólo para ellos, sino también para quienes les rodeaban. Pero seguían juntos.
Toda su historia se extiende por más de dos años, pero basta decir sólo que la simpleza del esquema presentado no es suficiente para describir el significado que tiene cada una de las etapas. Durante el día, ella quería ocultar que seguían juntos -si bien todos podían darse cuenta que era así-, por la noche la pasión volvía a habitar su desidioso corazón. Por otro lado, a él todo y todos le decían que debía terminar, pero de algún modo su idealismo seguía vivo, esperando que el mundo se sumiera en una noche eterna.
Fue necesario un último gesto de petulancia para que él se alejara en aquella tarde de noviembre. Fueron necesarios varios meses de desprecio para que ella se diera cuenta de una vez que él no quería saber más de ella, ni siquiera como ser humano.
Ahora son miles de kilómetros los que los separan, en el espacio y en su corazón.

(continuará)

Parte VIII: La bifurcación del placer.

Abril ha quedado atrás, sin lluvias mil y con la presencia constante de esta horrible sensación de vacío que aún no puedo sacarme del alma. Si bien existieron otros momentos de mi corta vida en que me sentí así, hay uno en especial, de hace ya un lustro, que viene a mi mente.
El tortuoso año anterior había quedado atrás, en gran medida gracias a las dos semanas que pasé en el sur de Chile, viaje que me ayudó a cicatrizar muchas heridas del pasado y comenzar a trazar un nuevo futuro. Sin embargo, primero quería dar un respiro, descansar, disfrutar de un buen carrete sin mayores presiones, aun cuando me sentía extraño haciéndolo. Sería cerca de la mitad del año que ella aparecería en mi vida -mejor dicho, reaparecería-, para acompañarme en este profundo deseo de divertirme.
Nuestras familias se conocían desde que no éramos más que unos niños, por lo que tras tantos años no resultaba extraño verme rondando su casa un día sábado para tomar un par (por decir un número) de cervezas. Por otro lado, su hermano menor y yo éramos grandes amigos y compañeros de trabajo.
Desde el primer momento en que nos encontramos, siendo ya adolescentes -anteriormente sólo habían sido visitas esporádicas-, hubo algo que me llamaba a abalazarme sobre aquella mujer. No era precisamente algo físico, sino una sensación de piel, algo inconsciente que dominaba por sobre cualquier otra cosa. Aquel encuentro no llevó a algo más allá que una simple semana de besuqueos infantiles.
Años más tarde, sin embargo, las cosas serían diferentes, ya que el tiempo del que disponíamos se había hecho aún más amplio. Por esa razón, y en la simpleza del asiento delantero de un automóvil, las cosas entre nosotros tomaron un nuevo cariz. A partir de ese instante las visitas a su casa se hicieron más frecuentes, ya que no sólo me dirigía a su casa para la cerveza del sábado, visitas que además se veían potenciadas por la cercanía de nuestras casas.
Con ella pude explorar más que con mis anteriores parejas, en especial por todo el tiempo que nos entregaban los trabajos de nuestros padres o las constantes salidas de nuestros hermanos menores. Pero más allá de lo "entretenidos" que fuesen nuestros momentos juntos, habían elementos que me llevaron a despreciar aquellas tardes en que nos dedicábamos a la constante exploración de nuestros cuerpos desnudos.
La ausencia de sentimientos en nuestras acciones parecían afectarme profundamente. Era tiempo de dejar de divertirme tanto, de retomar el camino que había comenzado a trazarse hacía un año, de reingresar a la u y darme cuenta que la adolescencia era un tiempo pasado.
En momentos como éste no puedo negar que me gustaría, por instantes, volver a aquellos tiempos en que no importaba nada más que estar con ella, sin preocuparme de una pasado lleno de cicatrices o un futuro problemático. Pero la madurez me obliga a seguir adelante y dejar esto como lo que es, un recuerdo que forma parte de mí, pero que ya no será más.
(continuará)