Sunday, September 14, 2008

Los dos Chiles

Un par de semanas atrás el nick publicado en mi messenger causaba revuelo por su transgresora sinceridad, que para algunos rayaba incluso en la crueldad, si bien creo que sería necesario aclarar que la mayor parte de los comentarios recibidos tras su publicación no hacían más que confirmar y adherirse a mis palabras. Dejando de lado los rodeos, el mensaje redactado hacía alusión al accidente que costó la vida a nueve quinceañeras del precordillerano Colegio Cumbres, cuestionando si acaso las reacciones generadas tanto en los medios de comunicación como en el Gobierno hubiesen sido similares de ser las víctimas del accidente quienes recorrimos recientemente el Norte Grande como parte de un terreno de la Universidad Católica Silva Henríquez.



De las escasas críticas negativas que recibí en esa oportunidad deseo reparar en una en particular, proveniente de una amiga vinculada a los ya mencionados medios de comunicación. A pesar de estar medianamente acostumbrada a ese tipo de "salidas de madre" de mi parte, ella consideraba que mis palabras resultaban bastante inadecuadas e inconvenientes ante la proximidad de la tragedia; sin embargo, salí de inmediato en defensa de mi propuesta argumentando que de carecer ésta de un contexto mediático sobre el cual sostenerse de seguro perdería su valor e impacto como cuestionamiento a la desigual sociedad en que nos encontramos. Esto sirvió para que mi amiga comprendiese, al menos en parte, la postura presentada.



Pasados unos días he vuelto a meditar sobre la crítica social previamente realizada, motivado por una carta publicada al comenzar esta semana por el diario La Tercera. En la misiva, Dalila Rivera no duda en comparar el accidente ocurrido en la Región de Arica y Parinacota con aquel que cobrase la vida de seis personas -tres escolares y tres adultos- en la ruta L11 que une Linares con Panimávida en la Región del Maule este mismo año, reparando en que además de ser víctimas fatales de ambos hechos niñas de colegios católicos, al parecer éstos no tendrían más elementos comunes a los ojos de la opinión pública.



Al detenerme a reflexionar con los comentarios de la mujer vuelvo a encontrar sentido a mis palabras al ver cómo las escolares del Maule debieron enfrentar no sólo el accidente, sino además todas las falencias presentes en el sistema público de salud. En la vereda opuesta, y pidiendo al lector mostrar objetividad respecto de la tragedia por un instante, vemos que además de los para nada escasos recursos económicos que poseen las familias involucradas se ofreció ayuda del Gobierno en el transsporte de las jóvenes y sus padres, constatándose también la presencia constante de la Ministra de Educación brindando apoyo a los afectados. A esto se suma la propuesta de algunos por cambiar el nombre de la ruta CH-11 en favor de uno alusivo a las víctimas del exclusivo colegio de la capital.



Considero entonces justo cuestionar el valor que como sociedad asignamos a la vida de las personas, dependiendo de su origen socioeconómico. Resulta contradictorio que bajo el gobierno de una mujer del Partido Socialista se hagas estas diferencias y que tenga más valor un apellido por sobre la dignidad de la vida humana.

Sunday, September 07, 2008

"Niño conoce a niña..."

Mientras le comentaba sobre una de las distracciones que mora en mi mente por estos días, miss Herborn se mostró sorprendida con el uso del término infatuación en la descripción y es que, como confesara mi querida amiga, nunca lo había oído en español. Emulando su sinceridad debo aclarar que no fue hasta consultar un polvoriento diccionario que descubrí no sólo su existencia en la lengua castellana, sino también las discrepancias con la acepción que ambos conocíamos del inglés. En el idioma en que ahora escribo su significado se vincula a la soberbia y la vanidad, mientras que la anglosajona infatuation hace referencia a un encaprichamiento, a dejarse embobar los sentidos. Pero más allá de los cuestionamientos lingüísticos, la pequeña Freckles sabía que mi más reciente historia trataba sobre un juego de primeras impresiones y posteriores encaprichamientos.







Puede resultar bastante tediosa esta introducción, pero necesaria para contextualizar correctamente los hechos y evitar convertir las presentes líneas en otro de esos relatos en que "niño conoce a niña, niño gusta de niña" porque bien sé que la cosa no funciona así, cuestionándome siempre cómo es que se puede sentir algo trascendente hacia alguien que sólo has visto una vez. De más está entonces decir que la honestidad me obliga a definir la trama de esta historia como "niño conoce a niña, niño se distrae pensando en niña".








Todo este asunto tuvo su escenario el domingo de la semana pasada, cuando la reciente operación de mi madre (increíble pero cierto, tengo madre) motivó la visita de algunas de sus menopáusicas y postmenopáusicas amigas, amenazando que mi panorama dominguero de fútbol y relajo podría convertirse en un aburrido aquelarre. Ante el oscuro pronóstico opté por hacer sólo lo justo, preparar la mesa para el almuerzo de las visitas, y luego me dejé caer sobre un sillón con una calafate en la mano para ver el enfrentamiento entre Universidad de Chile y Provincial Osorno. El cotejo fue bastante sufrido, por lo que resultó bastante grato que las "jovencitas", a quienes desvergonzadamente di la espalda durante todo el partido, no hicieran comentarios seudofeministas sobre mi opción programática o mi estereotipada postura frente al televisor.








Tras el final del cotejo, que culminó con una apretada victoria azul, me dispuse a levantar la mesa y servir el correspondiente café que esperaba animara la sobremesa. Grande fue mi sorpresa al encontrarme en la cocina con una de las mujeres que había llegado a invadir mi domingo casi dos horas antes, pero que desde luego ni siquiera había visto ante mi preocupación por el fútbol. Mi desordenada mente ya preparaba la clásica "pick up line", pero alcancé a recordar el contexto en que nos encontrábamos y sólo dejé escapar un amable 'no te preocupes, yo me encargo de la mesa'. Bastó ese pasajero encuentro para decidirme a agudizar mis sentidos ante lo que sucedía a mi alrededor, averiguando que la veinteañera que me ayudaba en la cocina a pesar de mi negativa era hija de una amiga de juventud de mi padre (claro, también tengo padre).








Pero como ando poco jote, finalmente me puse a wiiar -o sea, jugar Wii- para evitar miradas incómodas y comentarios malintencionados de los "adultos" presentes. Sin embargo, una hora después me encontraba mirándola a los ojos, sudando y respirando agitados ambos... por haber estado jugando con la consola, desde luego, no sean malpensados.








Los comentarios malintencionados y desubicados llegaron de todas formas, como si fuera poco de parte de las madres de ambos que estaban sentadas en un sillón justo a nuestras espaldas. Comenzaron a llover los 'mi hijo no quiere pololear', más de un 'mi hija casi no sale' y un directísimo 'hijo, podrías invitar a la Coni cuando vengan los amigos de tu hermano' (todos con sus respectivas parejas, por supuesto). El remate vendría cuando vetustas y veinteañera se retiraban, con una desleal solicitud a la madre de Coni para que se quedara "cuidando a su bebé" de boca de quien otra que mi progenitora. Desde luego ella sólo "bromeaba".








Estos hechos, así como la cercanía de los asados con amigos del "18" y de la maldita primavera me hacen permanecer "al aguaite" ante la posible continuación de esta historia. En una de esas Coni responderá al desafío que le lancé antes de su partida, medio en serio medio en broma, de demostrar que existe una mujer por la que valdría la pena luchar.