Sunday, September 07, 2008

"Niño conoce a niña..."

Mientras le comentaba sobre una de las distracciones que mora en mi mente por estos días, miss Herborn se mostró sorprendida con el uso del término infatuación en la descripción y es que, como confesara mi querida amiga, nunca lo había oído en español. Emulando su sinceridad debo aclarar que no fue hasta consultar un polvoriento diccionario que descubrí no sólo su existencia en la lengua castellana, sino también las discrepancias con la acepción que ambos conocíamos del inglés. En el idioma en que ahora escribo su significado se vincula a la soberbia y la vanidad, mientras que la anglosajona infatuation hace referencia a un encaprichamiento, a dejarse embobar los sentidos. Pero más allá de los cuestionamientos lingüísticos, la pequeña Freckles sabía que mi más reciente historia trataba sobre un juego de primeras impresiones y posteriores encaprichamientos.







Puede resultar bastante tediosa esta introducción, pero necesaria para contextualizar correctamente los hechos y evitar convertir las presentes líneas en otro de esos relatos en que "niño conoce a niña, niño gusta de niña" porque bien sé que la cosa no funciona así, cuestionándome siempre cómo es que se puede sentir algo trascendente hacia alguien que sólo has visto una vez. De más está entonces decir que la honestidad me obliga a definir la trama de esta historia como "niño conoce a niña, niño se distrae pensando en niña".








Todo este asunto tuvo su escenario el domingo de la semana pasada, cuando la reciente operación de mi madre (increíble pero cierto, tengo madre) motivó la visita de algunas de sus menopáusicas y postmenopáusicas amigas, amenazando que mi panorama dominguero de fútbol y relajo podría convertirse en un aburrido aquelarre. Ante el oscuro pronóstico opté por hacer sólo lo justo, preparar la mesa para el almuerzo de las visitas, y luego me dejé caer sobre un sillón con una calafate en la mano para ver el enfrentamiento entre Universidad de Chile y Provincial Osorno. El cotejo fue bastante sufrido, por lo que resultó bastante grato que las "jovencitas", a quienes desvergonzadamente di la espalda durante todo el partido, no hicieran comentarios seudofeministas sobre mi opción programática o mi estereotipada postura frente al televisor.








Tras el final del cotejo, que culminó con una apretada victoria azul, me dispuse a levantar la mesa y servir el correspondiente café que esperaba animara la sobremesa. Grande fue mi sorpresa al encontrarme en la cocina con una de las mujeres que había llegado a invadir mi domingo casi dos horas antes, pero que desde luego ni siquiera había visto ante mi preocupación por el fútbol. Mi desordenada mente ya preparaba la clásica "pick up line", pero alcancé a recordar el contexto en que nos encontrábamos y sólo dejé escapar un amable 'no te preocupes, yo me encargo de la mesa'. Bastó ese pasajero encuentro para decidirme a agudizar mis sentidos ante lo que sucedía a mi alrededor, averiguando que la veinteañera que me ayudaba en la cocina a pesar de mi negativa era hija de una amiga de juventud de mi padre (claro, también tengo padre).








Pero como ando poco jote, finalmente me puse a wiiar -o sea, jugar Wii- para evitar miradas incómodas y comentarios malintencionados de los "adultos" presentes. Sin embargo, una hora después me encontraba mirándola a los ojos, sudando y respirando agitados ambos... por haber estado jugando con la consola, desde luego, no sean malpensados.








Los comentarios malintencionados y desubicados llegaron de todas formas, como si fuera poco de parte de las madres de ambos que estaban sentadas en un sillón justo a nuestras espaldas. Comenzaron a llover los 'mi hijo no quiere pololear', más de un 'mi hija casi no sale' y un directísimo 'hijo, podrías invitar a la Coni cuando vengan los amigos de tu hermano' (todos con sus respectivas parejas, por supuesto). El remate vendría cuando vetustas y veinteañera se retiraban, con una desleal solicitud a la madre de Coni para que se quedara "cuidando a su bebé" de boca de quien otra que mi progenitora. Desde luego ella sólo "bromeaba".








Estos hechos, así como la cercanía de los asados con amigos del "18" y de la maldita primavera me hacen permanecer "al aguaite" ante la posible continuación de esta historia. En una de esas Coni responderá al desafío que le lancé antes de su partida, medio en serio medio en broma, de demostrar que existe una mujer por la que valdría la pena luchar.









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