Sunday, October 21, 2007

Paseando por mis recuerdos

Se viene diciembre, el fin de una larga espera. A mi mente vienen los recuerdos forjados en el puerto, pero me parece que por vez primera escribiré detalladamente sobre ellos. Creo que he sido demasiado ingrato en mis palabras, apelando más a la soledad y la introspección que a lugares y personas, cometiendo el absurdo error de obviar aquello que en definitiva me hace amar mi lugar de descanso, mi ciudad adoptiva. Ahora quiero reparar tal error con una pequeña vuelta por algunos de los lugares que más visito en Valparaíso.



Pequeños Placeres.
Partiré por mi mundo privado, el barrio que a pesar de lo que algunos digan es demasiado tranquilo. Ubicado junto a "la bella sin alma" -la Universidad Técnica Federico Santa María-, tiene como ejes principales las calles Placeres y Matta, arterias por donde transita la locomoción colectiva del Cerro Placeres y en cuya intersección se levanta un monumento que recuerda la muerte de Diego Portales. Mi casa está a la vuelta de ese lugar, en la esquina de Javiera Carrera y Manuel Montt, una excelente ubicación si acaso quiero tomar una micro hacia el plano o hacia Provid... Viña (reconozcámoslo, Viña es Providencia con mar). Tampoco estoy lejos de la Avenida España y de Caleta Portales, donde no sólo puedo tomar el tren o micro hacia una u otra ciudad, además me es posible comprar empanadas, pescados y mariscos frescos para cocinar en la casa, o simplemente tirarme un rato sobre la arena a leer un libro.

Ya de vuelta en el cerro y bajando por Placeres hacia el límite con Barón está Carnes París, un local bastante surtido donde no sólo se compra carne sino también pernil, arrollado y costillar ahumado de fabricación propia. Aunque después hay que subir el cerro para volver a la casa, la calidad de la carne y de los productos preparados hace que valga la pena un viajecito que, sin embargo, no se aplica para la panadería que está al lado y donde prefiero no comprar. Frente a estos locales hay un quiosco donde bajo a comprar El Mercurio, el de Valparaíso por supuesto, y La Tercera, con excepción del fin de semana que los pasan vendiendo por la casa.

Mi mundo más cercano se inicia en Matta, a media cuadra de Placeres. Justo donde me deja la micro se encuentra la Botillería Ravel, lugar donde los encargados de aprovisionarme en mis vicios son una pareja de ancianos muy agradables y tiernos, de los que no te dejan partir sin un '¿y cómo ha estado, hijo?' que me veo gozosamente forzado a responder con la misma amabilidad que ellos ofrecen. Como si esto fuera poco, en el verano son ayudados por su nieta, una pelolais que desborda gracia, belleza y simpatía, así que dan ganas de ir a comprar alcohol y cigarrillos a cada rato.

En la intersección de Matta y Manuel Montt es donde se desvanece gran parte de mi presupuesto. En una de sus esquinas está el local que los Morales sólo llamamos XL, y es que venden chorrillanas, pollos asados, pizzas y todo tipo de sandwiches en tamaños satisfactorios, una opción para esas tardes en que prefieres quedarte en la piscina antes que cocinar. Se ha vuelto clásico el llamado para encargar tres completos y una caja grande de papas, que paso a buscar después de la ducha de la tarde.

En el último lugar de la lista, pero no en el corazón, hay que hablar sobre la panadería de la esquina opuesta a los XL, atendida por una señora tan dulce como los pasteles que vende (no suelo consumir azúcar, pero esos tientan demasiado). El lugar es de aquellos donde no puedes ir cuando estás cansado o con poco tiempo, porque fijo que te quedas hablando un buen rato, en especial cuando no has ido en meses. Obvio que me compro unos batidos para el desayuno o la once, pero la tía no duda en echarme un par de panes con forma de corazón cuando me está recordando que sus hijas tienen la edad suficiente para salir conmigo. Como ven, hay Placeres por todo Placeres.



La Chorrillana Victoriosa.
'La Plaza de la Victoria es un centro social' reza la conocida canción "La Joya del Pacífico", e incluso décadas después de ser escrita aún es así. Antes la veía como un simple lugar de paso, pero ahora no dudo en detenerme cada vez que ando por ahí y es que por ella deambulan todos los estereotipos del homo chilensis, teñidos todos con las particulares características del porteño. Siendo un especial lugar de reunión, no sorprende entonces que a la sombra de sus árboles haya sido convocada la multitud que celebró la muerte del dictador, porque incluso en la ausencia de un motivo llegan las familias a disfrutar de su belleza y sus juegos.

A pocas cuadras de ahí se encuentra otro lugar de reunión que ya es conocido por personas de todo el mundo: el JCruz. Escondido en un estrecho y poco higiénico pasaje, esta picada ofrece a porteños y turistas un ambiente relajado a pesar del poco espacio que existe para moverse dentro de ella. Sus paredes y estanterías están atiborradas de objetos que le dan un aspecto demasiado kitsch para cualquier minimalista, incluyendo fotos de sus visitantes y rayados en las paredes, los manteles y los baños.

Desconozco las razones que llevaron a la fama a este lugar, pero no me sorprende que en cada una de mis visitas aparezca un extranjero. Incluso una vez me vi rodeado de dos belgas y cuatro mexicanos que buscaban un lugar típico para comer en el puerto, así que no podía llevarlos a otra parte. Ellos esperaban encontrar pescados o mariscos, pero la cocina del JCruz tiene una especialidad que ha sido imitada mas nunca igualada y me refiero, por supuesto, a la chorrillana. Generoso y tan atiborrado como las paredes que lo observan, este plato se aparece como una pesadilla a quienes buscan mantener la línea. Una bomba frita de sabor simple, pero sabroso.

Tanto la Plaza Victoria como el JCruz son imperdibles en mis visitas, y aunque genralmente llego caminando desde mi casa no hay forma de devolverme a ella más que en una micro luego de llenarme con una chorrillana.



Llego/Parto.
Renacer y resignarse tienen como partida un solo lugar: el rodoviario. En la alegría del arribo o en la tristeza de la despedida las calles que rodean al terminal de buses merecen ser visitadas, incluso de noche. Fuera de la interesante Congreso Nacional (interesante, no atractiva) nunca es malo darse una vuelta, ya que no sabes si andará por ahí el diputado o senador de tu lugar de origen -personalmente me he encontrado un par de veces con Álvaro Escobar-, dándote la oportunidad de recriminarlo o felicitarlo por su labor.

Otro lugar que resulta interesante es el mercado, en cuyo primer piso puedes encontrar desde muy temprano y hasta la noche todo tipo de productos comestibles a precios razonables. Infaltable es poder negociar el precio si andas corto de fondos, y es que dentro de sus estrechos pasajes vuelves a ese Chile que tanto se extraña en los malls y supermercados. El segundo piso es un mundo diferente, más ordenado aunque no por eso menos interesante, lleno de restaurantes que nos alejan del impersonal mundo de los food courts. Mientras caminas te van ofreciendo las típicas comidas chilenas a precios que no asfixian la billetera y en cuanto te sientas a comer te tratan como rey, al punto que incluso mi voraz apetito pudo verse saciado con un mariscal.

Los fines de semana se presenta otra alternativa para los cachureros, y es que junto a la tradicional feria de frutas y verduras se instala a lo largo de Avenida Argentina el comercio informalísimo de aquellas cosas que ya es imposible encontrar. Artesanía, ropa, revistas viejas, cassettes, vinilos y hasta ataris he podido encontrar mientras camino por ahí.

Finalmente, y rompiendo con la armonía como es su costumbre, Paulmann instaló un Jumbo y sus agregados -Almacenes París, Easy- a las faldas del Cerro Barón. Si alguno de mis lectores es neoliberal y neocapitalista podrá encontrar en el lugar formas de saciar su hambre de "ofertas". Personalmente sólo me verán ahí si suben al mirador.



Desde la Plaza Sotomayor.
Vivo está aún el 'Carlos, se está quemando Valparaíso' que me despertó abruptamente el 3 de febrero pasado. La columna de humo que, como era de esperarse, no compitió contra la frivolidad de las playas de Viña provenía del casco histórico, a sólo cuadras del Muelle Prat. El recuerdo de aquellas ocasiones en que el puerto se ha levantado a pesar del dolor era mi único consuelo esa mañana.

La Plaza Sotomayor es una explanada de cemento que se extiende frente al edificio de la Armada. En ella se reúnen los 21 de mayo las autoridades para recordar a los caídos en el Combate Naval de Iquique y cientos de familias el 31 de diciembre para esperar los fuegos artificiales de Año Nuevo, pero para mí es punto de partida hacia tres lugares específicos. Junto al edificio de la Armada, el Ascensor El Peral me lleva hacia el colorido del Cerro Alegre, en cuyas calles he dejado tirado a más de un "turista" que ha querido seguirme el paso.

Al final de la plaza se inicia el Muelle Prat, donde se ofrecen viajes por la bahía. En ese mismo lugar existe una feria artesanal donde uno se puede ir a reír ante los precios que los comerciantes establecen para los turistas nacionales y extranjeros por cosas que en Pedro Montt o Avenida Argentina pueden encontrarse a la mitad o incluso menos. También es un buen sitio para conocer extranjeras si tienes buen manejo de idiomas y estás dispuesto a guiarlas por la ciudad.

A unas cuadras de la Plaza Sotomayor (pasando por el lugar del incendio) está el Ascensor Artillería, desde donde se puede acceder al Paseo 21 de Mayo y al Museo Naval, pero mi preferencia es para el primero. La vista desde ahí -y ya desde el ascensor, la verdad- permite apreciar la bahía, por lo que es un lugar privilegiado para ver la llegada de los cruceros si llegas temprano y conocer turistas si te quedas. Cuando no anda mucha gente te puedes quedar un rato en el mirador, en especial si andas acompañado porque entre el mar y la arquitectura del lugar te dan un perfecto escenario romántico a toda hora del día.



Locales en todo en Chile.
La última mención es para el Estadio ChileDeportes, más conocido como Playa Ancha. Está a 25 minutos en micro desde la casa y sus alrededores te dan una vista panorámica de la ciudad, así que no sólo es una visita posible cuando jugamos allá. La verdad es que es bastante rústico el lugar, incluyendo el servicio de cóctel de tribuna que le lleva pernil palta, cigarrillos argentinos de contrabando y galletas Nik, así que si compras entrada ahí en lugar de galería no te sorprenda que tengas que sacar por tu propios medios una de las sillas rojas de terraza e instalarla donde más te acomode.

A pesar del aprecio de la gente de Wanderers por su equipo, no me ha tocado ver el codo norte lleno, pero sí el sur. ¿Qué se puede esperar, si somos locales en todo Chile? Ah, anda abrigado porque corre harto viento en todo momento.

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