Sentado en el fondo de la ruidosa sala, el niño se hunde en su silla intentando inútilmente evitar el aburrimiento y la soledad. Los últimos meses no ha hecho más que arrepentirse de haber deseado entrar al colegio en que estudian sus primos, oculto en rincones donde nadie puede oír su llanto. El niño quiere aprender, pero sólo ha cuestionado ese lugar donde no hace nada, donde el único objetivo parece ser gastar una nueva hoja de cuaderno con rayas fútiles. Para el resto de los pequeños no es fácil entender que uno de ellos no quiera jugar y prefiera quedarse leyendo en el aula.
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La semana ya termina. La profesora ha comenzado a revisar los cuadernos llenos de palotes, pero en las páginas de uno de ellos descubre oscuros dibujos y pensamientos que expresan el dolor, la soledad, la desesperación de un pequeño. Ella, sin embargo, se siente incapaz de ayudarle porque aunque el niño ya sabe leer y escribir, el resto de los pequeños apenas comienza a trazar las vocales. Sabe que él sólo es feliz con sus libros, huyendo a lejanos mundos de ficción.
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Atrapado por su imaginación, el pequeño ha dejado de comer, de dormir, de sentir. Al despertar en un frío cuarto de hospital sólo es capaz de pensar en sus libros, amigos ausentes en el silencio aterrador que lo rodea. Un lápiz y un pequeño cuaderno que alguien ha dejado junto a su cama son la única compañía que encuentra en aquel lugar desconocido, así que los toma torpemente -su fuerza consumida por la extraña enfermedad que lo aqueja- para comenzar a escribir y dibujar la habitación que lo encierra. A las pocas visitas que llegan a verlo no hace más que pedirles un solitario libro que lo aleje de ese lugar, pero debe conformarse con las coloridas páginas del Libro Gordo de Petete.
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Días después ha salido del hospital para volver a clases. Su madre se preocupaba de lo alejado que estaría de sus pequeños compañeros al momento de regresar, pero al entrar a la sala el niño vuelve a encontrar la misma decepción que lo acompañó desde el primer día de clases. Levanta la vista y camina hacia el fondo de la sala, donde lo espera su puesto. Ninguno de sus compañeros se atreve a reprocharlo cuando abre su mochila y saca nuevo libro, un nuevo mundo que lo alejará de los palotes.
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Veinte años han pasado. El niño de ayer toma su cuaderno y comienza a escribir, a dibujar algún recuerdo en la orilla de la página. Aún quiere aprender, aún se sienta solo a leer.
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