
Retomando el tema de la privacidad, debemos reconocer que en el último tiempo la prensa ha sobrepasado barreras que resultan incómodas incluso para el espectador. Muchos de los programas que nos presentan hoy los canales (SQP, Primer Plano, Intrusos) están apuntados a explotar nuestro morbo, mostrándonos situaciones en las que se cuestiona la integridad de la farándula chilena. Esto se logra generalmente presionando, persiguiendo e invadiendo el mundo de los protagonistas de tales historias, dejando de lado el respeto mínimo que debe tenerse por el ser humano.

Sin embargo, El Diario de Eva no es un programa de farándula. A él, tal como a los programas de juicios, acuden personas por voluntad propia en busca de mediación para sus problemas o un lugar para comunicarse con sus cercanos, por lo que la intervención que hacen los medios en estos casos no pasa de más allá de proyectar lo que los privados han decidido comunicar (tal como ocurrió con el matinal en el caso mencionado anteriormente). Es por eso que la producción del programa de Eva Gómez sólo comparte una pequeña responsabilidad en estos casos, al contrario de lo que ocurre con otros espacios del mismo canal pero no necesariamente de la misma productora.
Ahora, quizás la crítica hecha por Tomicic y Camiroaga esté correcta en el aspecto teórico, aun cuando resulta poco acertada en cuanto a las personas a las que se enfoca. La satisfacción morbosa que sienten algunos al presenciar el mundo privado de otros se presenta como un problema social, relacionado tal vez con la incapacidad que tiene el general de las personas por empatizar con el sufrimiento o la alegría de los demás. Es así como se enfrentan al goce cuando ven dolor en el resto y a la envidia ante la felicidad, un conflicto mucho más profundo que lo que se muestra o no en televisión. Los canales sólo están respondiendo a una necesidad creciente de los televidentes, por lo que el reproche ético que hemos visto debe hacerse ahora a quienes están en uno y otro lado de la pantalla.
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